Para los amantes del vino, el enoturismo no se centra únicamente en la degustación de un exquisito caldo, sino que la visita debe ser completada con distintos atractivos naturales y culturales que hagan de la experiencia enoturística un momento memorable.
El enoturista es, en general, un visitante ávido de conocimientos nuevos, experiencias conectadas al entorno, que valora lo novedoso, lo natural, la calidad, el buen gusto y lo auténtico.
Es por ello que los entornos del viñedo, las postales visualmente atractivas, las edificaciones o estructuras imponentes (ya sea por su diseño, historia o ubicación), y la atención personalizada, profesional y auténtica son complementos fundamentales para una experiencia enoturística completa.
Es por ello que las bodegas, viñedos y demás emprendimientos relacionados al mundo vitivinícola y al turismo trabajan arduamente para mejorar cada detalle que logre enamorar al visitante.
Las bodegas constituyen uno de los factores más importantes a la hora de mostrar al visitante la calidad de lo que se produce puertas adentro. Una combinación perfecta de tecnología, limpieza, orden, armonía y encanto, se combinan en estructuras edilicias que resaltan por su valor estético, ya sea fundiéndose con el entorno natural, o destacando de él, pero siempre en formas y estructuras que atraen al visitante, ávido de descubrir dentro de sus muros los complejos elíxires que sus bodegueros han creado.
Hoy les traemos sólo algunas de las más bellas bodegas del mundo, y decimos sólo algunas porque son todas ellas, a su manera, hermosas creaciones humanas que se levantaron entre viñedos para ver nacer, criar, cuidar y madurar la bebida por la que todo ello tiene su razón de ser.